Costumbres gallegas

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COSTUMBRES GALLEGAS.[1]
de Rosalía de Castro



I.


 Hemos visto nlg-o mas quo los paternos campos, nos hemos; sentado á orillas de otro.í mares y errado por desoladas llanuras; no se nos puede decir por lo tamo quo, bien halladas con lo propio, no comprendemos ni sentimos mas beile>;as que las (jue dív^liosaments nos rode-in. Sí, iiemos visto d««de los secos torrentes que l)cn-dan las solitarias ailellas y ciñen calcinadas l.idíias, hasta l;w larga..; biladaí* de iiaranj',>< <iue maduran su fruto de oro á h.is rayo.s del sol del Mediodía y mezclan sus perfillu.'s A los do las olas del Meiiiterránoo; desde los campos en que ondean, semejando inmensa laguna, lo.; tri'.'ü.s casielianoe, liasla los g-randes álamos que se h;vant-in en los camiíos !eone.«es ti-avtmdo al ;iii¡¡no, cansado de ias arideces ue la l'lfipaña í!?ntral, alg-o como un soplo de l'rpscura de i;', sioiniu-e xt/f'.e y liormo.^í.iima Galicia; desde las nieves (hd (inadarraraa heridas p.ir todos los rq,liejos, hasta las .jeuacrosas airu.is del "i'^ifí, que Corro ¡irec¡j)itada!neníe h.ioi i el Gc;'ano. SI, lo i - inos visto, y au-ique lleír' el aima do la suprema tristeza, la triste-z.a que nace en las soiedii'les y en las ausencias, n.) por oso permanecimos ayeiias u las oiiioeioiies que despertaban en nuestra .alma. l>ero ;ay! que baje c.-iQS cielos y en esas villas, para mí extranjeras, fué donde aprendí á conocer la hermosura de mi país y á amar eo;i amor inlerrainable esia dichosa patria niia, de la ';ual nunca diremos liastauto sus hijos los bienes que le i!"'iem'j.s.

 No vaiiio,; ahora ciertamente á comparar aquellas esterilidades con estas e.xuborancias, ni aquello? ardores cou esta frescura, ni los secos manantiales eon estas fuente.s de ag-ua viva que aquí brotas en todas partes y en todas las estaciones; sabernos bien que todos aman la tierra nat;>l, y que por serlo, la encuentran ¿i'i'.a: otros pensaipieutos nos í-iiian en este momento, y ¡lue.ti intentamos dar ;1 conocer, aunqu., á g-randes rasgos, aln:íiiias de las costumbres que dic'iosamenle se coiiijervau todavía entre nosotros, forzoso se hace que.sena el leator quo asi como viendo otros países aprciidieaos á avalorar el nuestro, viendo otras costumbres hemos conocido que las do Galicia merecen bien ser reoor.iadas y quo una pluma mas elocuente que la mía las dé á coe.ooíu- tales como son, impregnadas del esiarit-u jiatriarcal y llenas de ¡a bondad de una raza, á la que faltaruii y faltan todas las justicias, inclusa la de aqueiias almas ing-ratits que todo so lo deben, desde la suugi.e ha-la la patria.

 Por l'ortuna, liega ya ol momento de quo todos vean por sus OJOS y tojuen con sus manos, sabiéndose por íin lo que son y valen estos campos y g-ente que los puebla; no campos árido.; y hombres mais torpes y soeces que i'ertoldiiio. como se cree y asegura mas allá de Piodradta, siuo tierra hermosísima y habitantes en quienes ¡a bondad do cora/.ou es connatural y se declara en las dulzuras sinnúmero de l;i leng-ua iiue hablan... N'oinos ya dibujarse en los labios del lector la incrédula sonrisa cou qué fuera de esta tierra se aeogeu las alaijanzas quo de ella solemos hacer los ausentes; pero no importa. llecQrdando el famoso <tó, i^e/o CÍCÍÍcAf,, diremos i/nUa, pero kc, que después diri'is si aquellos de quienes liablo son los mismos hombres y mujeres á costa de quióncíi se iiace reír á la multitud con chistes no muy cultos y con cuentos bien poco voraces: Xo.-.oiros, siquiera sea ijrevemento, les diremos con mas verdad do la que se usa en estos casos lo que es el país galleg-o y lo que son nuestros campesinos. .Almas puras y iiermosas como la naturaleza que los rodea!


II.

 Sin temor a que se nos tache de exagerados, y con cierto orgullo que nos parece digno de perdón y' excusa, osamos afirmar que en toda la Península Ibérica no existe gente de trato más afable que la nuestra, así como tampoco clima más benigno ni tierra más hospitalaria que la gallega.

 Cualidad es esta última, sobre todo, que sin duda alguna caracteriza en alto grado a los hijos de esta región, hallándose más en vigor y en mayor auge en los parajes en que el egoísmo, hijo de ciertas necesidades (cada día crecientes en aquellos lugares adonde la civilización lleva los refinamientos del lujo), no tomó aún carta de naturaleza ni permitió que las viejas costumbres degeneren y cambien hasta el punto de aparecer a nuestros ojos casi como extranjeras.


 Eu la cúspide de las montañas donde la vMa es tan trabajos.t y mezquinos los reudímentos con que compensa la tierra el incesante trabajo clel labrador, eu aquellas un tanto ásperas regiones,'tan apartadas de las g-randes ciudades cotao próximas alas nubes, vénse i brillar todavía por catre la maleza los ojos fosforescentes del lobo y bianquear eu la parda loma del monte ó en la extensa llanura los rebaños de ovejas, con cuya lana se viste la campesina que las guarda, ag-eua á cuanto pasa en el mundo civilizado. Pero es allí también mejor que en parte alguna ea donde está siempre seguro ol viajero de encontrar uu hogar, y un asilo el menesteroso.

 Como si fuese á un amigo de toda la vida, ofreeoránle al caminante, tan ]ironto llame á cualquier puerta, lo poquísimo qne aquellas gente» poseen; un leito con paja fresca en dondo pueda descansar tranquilo, la sardina prensada ó fresca que asan sobre 'las Ascuas, la lecho que tienen reservada para vender ó hacer manteca, el caldo que á borbotones hierve al fuego, haciendo danzar dentro del negro pote de hierro las blancas judías y tm pedazo de la amarilla brona que guardan en el horno para quo se conserve'mas tierna durante la semana. Y con todo esto se os brindará tan afabiemente y con tan buen corazón, que bien puede doílrse es ella la mejor salsa-, sí no la única, capaz de sazonar hasta hacéroslo agradable como el mejor manjar, el pobre alimento con que pretenden r'egalar al recién llegado.

 Después, si por casualidad ignoráis cuál es el camino que debe conduciros al término de vuestro viaje, de dia ó de noche, se os guiará á través de los tortuosos senderos y de las hondas corredoiras, hasta dejaros en alguna escampada donde ya no podrei» extraviaros, y esto sin quo á ello les mueva otro interés que el de . serviros y el de dejar en vuestro ánimo una impresión afectuosa y un grato recuerdo de amistad.

 Tampoco está monos seguro el pobre á quien sorprende la noche entre las breñas de hallar en cualquiera casa ó cabaiia un haz de paja seca en donde dor • mir, así Como p-lrE^ aplacar su hambre sabe que no ha do faltarle su parta eu la frugal comida, que los que, pobres también,-no dejan nunca por eso de compartir cou el que ha ido á implorar su caridad. Y es que en el pobre van representando al Dios vivo, qiie para enseñarnos á sufrir y ser compasivos con nuestros semejantes, nada pcseyó jamás, y de de.seoharle y negarla un asilo y su pequeña limosna al menesteroso, creerían negársela al .insto entro ios justos que, para abrir las ceiestiales puertas á grauíles y pequeños, murió mártir en el Calvario.

 Tal tienen por costumbre en nuestro país aun aquéllos desventurados á quienes habiéndoles tocado tín suerte habitar ia parte mas ingrata y estéril de nue¿- tro iieíiísuno país, se hallan acosados por toda clase da miserias }• apremios, teniendo apenas con qué vivir al dia do una manera tan estrecha y penosa que sola al reoorda.rlo sentirnos ((ue se apodera de nue.stra a l m i la trisie/.a y que se nos oprime el corazón. i

 Pero como la suerte os lleve á la morada do alí|-un acomodado montañés,.de esos iiu6««iiv g. ' • -tice pueden comer cou holgura todo ¿la'o//«y^'^."' "'-' u tad si-),'uros de que sei>eis reojíiidos on j¡j ^ í>o>-co^ gj, . el agasrijO al mismo tiempo, qrw ^ f^ivníi J.^^'-^V^^^-'á. v ,"-<•. '^x --Kj,"» amigos muy estimado»toa .gjgjjPi ar' calidad. El forastero, sóio por serlo, tiene en estos parajes derecho ;'i las mayo.-os consideraciones, y si en la vida ordin;>ria se pasa allí, auuíiue con hartura, con cierti relativa sobrie lad, necesaria al que no nació poderoso, ol dia quo llog.-t un huésped nada se escatima en su o'oscijuio, y cuanto hay en la despensa de mas selecto j resorrado pai-a las grandes fiestas, lucirá sobre el blanco mantel de lino que cubre ia mesa de rolde, y eu la cual os eldigaráu á ocupar el puesto preferfute. y allí os serrirán; complaciéndose en ello, el sabroso Jacon- y el trozo nnis; esco;>;-ido do cecina, la lami.n-ea ahumaba, ó el bacalao de Escoei;-», los huevos mas frescos y'la^ mas tiernas coles, as'í como las mejores frutas y el vino mas año'o.

 Si es e:i iuv;e-.-no, echaráse eu.honor vuestro por la nooiie medio roble en el fuego, y rodeaiio de los amos y críalos da la casa, y í u n en próxima vecindad ai es caso con alg-aií pobra á quien dieron aquel mismo dia liosi).»daje y ceu;i, ¡lodreis calentaros ag-rada'ble,mcnte, re ordando edades patriarcales, y mientras la rojiza llama sube retorciéad(5se en espíralos eu torno de la onor.no caldera, y estallan cm mi,.;ter!0!50 concierto las ramas secas, fliie-ieiido gemidos ó incomprensibles cantares; oireJ.i el ale;;-re cuc:ito ó la vieja conseja que re-- lata el mas anciano de los presentes, ó bien la chismograda del sastre, quo nunca falta alguno ea las casas aL-omodadas. así -mmo cierra clasa d.i maljiüieiites que en totlas partes puitilau, y íjne lo mismo renissan de bis íudig-uas :)ccioue« de los malos, como se cBiupiacen ea rebajar las de los buenos. Y cuando llega el luoménto de .'luudonar á los que con \%\x amab'.t franqueza os reoibiferon, no poJots menos do sentir que algo vuestro deiais ent;-e ellas, así como ellos os ven aleiar como si ai.go suyo os llevaseis también con vosotros.

 ;C'uánta.í veces es verdad a-^í lo uno como lo otrol porqe.a mistoriosamante escondidas entre las brumas que ouTutdven cada, amanecer y cada tarde los pelados riscos ó ios bosques de castaños y robles que gim.m á todos loa vientos, existsn allí hermosuras de blanco c.'itis y rasgados ojos charos, cuya palabra suave y pudorosa sonrisa parecen encerrar, unidü al atractivo irresistible de la belleza, ol encanto de lo desconocido, iüijéranso aqitellas existonoias ignoradas cuyos dias lentos y noches inacabables so deslizan en paz y sin ruido hacía la ei;ern¡dad, como so deslizan hacia ol mar los cristalinos arroyos en donde la moiitanesa lava sus blancos pies y apagan su sed los pájaros.

 La so!6'dad, el sosiego, la l'rescura, el airo puro quo on torno de aquellas moradas reinan; aquel cacarear do los g-alló3, aquel ladrar de ios perros, aquel grastísimo y purenue rumor formado por el agua do algún oculto manantial ó por los pinos salvajes, aquellos cantares lentos, monótonos y tristes como un adieos ó un recuerdo, os convidan á reposar allí (tan lejos de las multitudes como cerca de las estrellas que brillan en aquellos cielos cou mayor encauto que eu parte alguna,, á descans; ir de las fatigas do hi vida y de las batallas del mundo. Por eso no podéis decidiros á decirle adiós á aquelbis bellezas campesinas y á aquellos parajes agrestes sin preguntaros á vosotros mismos:

 —¿Por qué partir? Hé aquí uu hermoso punto de parada para disponerse á entr,-ir debidamente en «1 camino que conduce á la eterna felicidad.

III.

 Descendamos ahora orillas del Océano quo baña nuestras costas, recorramos sus extensos arenales blancos como las nubes que atraviesan el espacio, y podremos admirar lo grandio.so sin ijue lo terrible nos sorprenda, extasiarnos con io sublime, engolfarnos en lo inmenso, sin sentirnos anonadados, porque hay siempre ulgo en e.-itas roe-.jnes que suaviza los tonos mas fuertes, que desvanece las sombras y que aclara con suaves tintas los horizontes sin término envueltos en la bruma. Penetremos, en ftn, en tauta multitud de piíeblecillos que agrupados ó diseminados se asientan en ias plácidas riberas de nuestriis incomparables rías, y encontrareis eu ellos un no séqiiéi.\\m os sonrie como un dia de primavera; y sin que acertéis á daros cuenta del bientistar que de vosotros se Im apoderado, resjiirando tau tibios ambientes, sentiréis rejuvenecida el alma si o;? que sois viejo, alegre el corazón si algún pesar le entristece, aliviados ios sufrimientos del cuerpo si le aciueja alguna euí'ermedad dolorosa.

 Las mism-is olas turbulentas del Cantábrico pierden al morir eu aquellas riberas su proverbial br;ivura, y apenas, co, uo no sea eu los días do tempestad/ si se atreven á engalanarse con algunas cresta-; do blanca espuma, que a la luz del sol ó cua-ndo la luna rerteja en el;as sus rayos, las liacén aparecer mas coquetas y hermosas.

 Cuando llevados por la ligora embarcación surcáis las aguas salobrt'S, diríase ([ue las liui'as abren aute los encantados .ojos sus húmedos senos para dejaros contemplar sin horror, en los profundos abismos de roca y arena, impauderables maravillas; las sonrosadas conchas, los grandes y retorcidos caracoles marinos, las festoneadas algas, el marisco de velludas patas y los aiversos pewes que en grandes legiones nadan haciendo brillar sus plateadas escamas, mie-í-tas los recios vientos, abatiendo el ala impetuosa, j- .ie que se esfuerzan en remedar eu torno vuesta-o *,. i'umor de las brisas de otoño ó el de los airecillos del fresco abril.

 Los qne habitan en tan agradables latitudes ao pueden menos de presentar en su carácter condiciones setnejantes a ias del benéllco clima que á la suerte le p:ugo dejarles disfrutar. No amanece allí el dia con encendidos reflejos, ni el azul intenso del cielo deslumhra la pupila que se eleva háeiii él. La aurora sale comunmente teñida' de rosa ó naranja pálido sobre el monte o el valla, y el firmamento tiene ese brillo paou- -liar á ciertos ojos húmedos y virginales que hacen soñar con los eternos amores quo no tienen cabida en la tierra. Vívese en un medio ambienta que pudiera calificarse de enervador, si el aira puro de las montañas, á la par que las brisas marinas, no soplase sobre aquellas playas afortunadas, llenándolas de aromas campesinos y recordándoles á los que en tan bellos parajes tienen asiento, que si l í e n s e iiallan bajo la influencia de Neptuno, no por eso Cores deja de derramar sobre ellos sus riquísimos dones.

 Por eso el habitante de nuestras riberas, siendo verdadero hijo del mar, tiene en su ser algo que uo es absolutamente ageno al campo, una vez que en ia r e / i ,a en que vive apenas hay pedazo de tierra que no ..^a cultivable, y uo se vea, redejaudose aquí y acullá sobre las mansas ondas, el árbol, la vid, las verdes cañas del maíz, ó el linar de azuladas flores. El car.-.cter del ribereño, no obstante, varia hasta tal pun Í du. del hijo de las mouta-ñas, que los que se obstiv.m en ver bajo la misma forma .tosca, pesada y ruda, á ¡os que en Galicia hau nacido, encoatraríanso en grave aprieto para rooonooer en él á un descendiente de los oeltaíji. con tal que no le,oyesen hablar ia dulce lengua deú

 En verdad, sin que pierda ninguna do las cup-^j^^^^ xr-' de tan des esenciales , , no que acusan en los que vien9.-{.gi ^^^^^^ tuerte raza laapura sangra que corre por su3^^_^g moran soposee en el mí.smo grado que sus liermanos/jj^'i^^^^'^^ ^j aquel aplomo y sensatez propios da los qHiJíuablB qué el los consigo mismos entre las rocas y los • .^goj^ij^^^ ¿ j ^ ^ menos la resisteucia pasiva é inquebr3_^ ^^^ creencias montañés op<jiie cou una. íirmaza que^ ' ^ ^ ' ?a ssLu"sí rl.ú' t' 'a-r'o' 's^e s" ?ó "í.^ s°u ^r"a'z^ó'*n . < ^ ° " ' " " 'Y¿ ^ helenos mas ligel* ero si puíjden decirse nuestros ri.¿,^ ^ ros y meinos rellexivos, mas dadoi al pansion,2f-.a la alegría que sus paisaiioi por eso'Lijos de aquellas' madrts que ^ sas sin .tveráza, dejan de poder figí' lado de jios mejores marinos del mi •búiljcio, á la exdel centro, uo 'saben hdranimo- .ir con orgullo al jio. AUí ea donda la lucha ha sido mas encarnizada, en donde la muertb ha segaslo las mas preciosas vidas, allí supieron probar en todo tiempo su heroico va or y deno.dado arrojo los marinos gallegos, así como su prudencia y serenidad en el pdíigro Vienen siendo desda muy antiguo preverliiaies entro rinantos han sabido arrostrar el furor d» las olas y el de los cañónos enemigos. ,

 Como si hubiese nacido en el Mediodía de España^ ' són'e propias la agilidad y el buen humor. Franco y afable el habit;iute de nuestras rías, canta y ria desde l;i ma-r¡.-\na á la noaha, baila y tañe como puede la vi— 'iiiehien sus momentos de ocio, ó hace sonar el pan- . doro y las Conchas, mientras el viejo marino, encalle- - cido en ias rudas faenas de su proi'esion, olvidando s us t años y pobre/a,- hace por aproveeiiar, lo mejor que le eá i posible, el tiempo q^e le resta de vida, y entona al soa •de los romos la caución amorosa ó picaresca que aprendió eu su tierra, ó que trajo como un recuerdo, guar-» dada 011 la memori;!, de alenda los mares.

 Comunmente bueno para el pailre anciano que n» encontró su sepulcro eu el acuático abismo, y amanta para la e;posa y lo» hijos que las largas y frecuentes, ausencias le hacen mas queridos, jamás, á pesar da esto, dejii da ser galante bástala muerte con .iquellas; hijas de-Eva quo encuentra en su camino y tiouan el' don de hacérselo agradables. (-Juiziis scm-3Íanto natural ' propensión, que no le es dado desterrar del alma, siempre aliierta á las emociones del placer, sea una de las causas que mis poderosamente iníluj'an para que, como n-iugua otro, so mue.stre iui.'uigento eon ctaantojí 'pecados tienen su origen en el amor; pecados que^pue-j do (locirso no son talos en su sentir, sino faltas mas <5 menos gravo.5, en que los hombros sensatos y ex-^erimeutadoi .lebon apsnas detenor los ojos, naliánuViss, poiol contrario, obligados cu cierto modo á perdoiíarias, con tai que no sea en casos {de viciosa reinoidei»— c;a, 1) quo eiit;-aaau cierta incorregible y rebelde ma-, liguidad eu todos sentidos condenable. Por instinto y; por sentimisnto, rechazan la v;le;;a y la tracción, la in»- teaciou dañada y la premeditación en el delito, perO trau.sigen con-lo fatal del hecho y le olvidan lo ma» pronto que pueden.

 En verdad que no es posible encontrar gentes de índole más bondadosa que las que pueblan nuestras comarcas marítimas, pudiendo decirse, sobre todo de sus mujeres, que tienen el rostro tan bello como el alma y tan suave el habla como blando el corazón.

 Por eso, los que poseen tales madres, tales esposas y tales hijas, se sienten siempre inclinados a la benevolencia heredada de los suyos, y a tomar las cosas de la vida, no como acaso quisiéramos que fuesen, sino como realmente son. No existe entre ellos rigidez de costumbres y severidad de principios, ni se espantan y escandalizan en presencia de las faltas ajenas, considerando, con más indulgencia que dureza, que todos hemos nacido frágiles como la caña, que se dobla y rompe al menor viento que la agita, y que nada hace otro que nosotros no seamos capaces de hacer también. Son dados, por el contrario, a disculpar las ajenas culpas, a dolerse de las desgracias de sus semejantes, y a derramar lágrimas por las desventuras del prójimo como si fuese por las suyas.

 Cuando alguna de aquellas mujeres os describe, en el lenguaje vivo y lleno de expresión que les es propio, cómo aquel niño quedó huérfano, aquella madre sin hijo o aquella mujer sin esposo, juzgaríais que os relata sus propias desgracias, que todo aquello le tocaba de cerca y en lo más vivo; de tal suerte las cuentan, las sienten y se esfuerzan en hacéroslas sentir.

 En las noches de tempestad, si se teme que alguna embarcación está en peligro, y pasada la hora en que canta el gallo todavía no sonó en la playa la bocina anunciando el regreso de los pescadores ausentes, es de ver a las mujeres recorrer los extensos arenales, llevando en sus manos pequeños faroles, que lanzan agonizantes reflejos, o haces de paja encendidos y hachones de resina, que brillan de una manera siniestra en medio de las tinieblas. Muchas veces hemos contemplado estas escenas y todavía su recuerdo nos conmueve de una manera honda y extraña.

(Se concluirá en el próximo lunes).
Rosalía Castro de MURGUÍA




IV.


[...]


 Tales escenas, que pese a la placidez de nuestras rías, se repiten con triste frecuencia en los malos inviernos, así como las penas e incertidumbres de la ausencia, y las alegrías que produce en el alma cariñosa el regreso del objeto amado al hogar que dejó desierto, hacen de temperamento más impresionable a las que son ya de suyo afectuosas y sensibles. Ante toda otra idea, preocúpalas de continuo el recuerdo del que se halla a merced de las olas, el ansia de saber en qué paraje se encontrará el que partió a navegar, y qué mares andará surcando; o bien la felicidad de contemplar y estrechar contra su pecho al que ha regresado y pronto volverá a partir, de cuidarle, mimarle y hacer lo más dichosa posible su permanencia entre los suyos.


[...]


 ¿Por qué no decirlo? La gente de nuestras costas es tan dada al sentimiento y la piedad, como fácil a las prácticas supersticiosas. ¿Puede condenarse por esto a los que fluctúan sin cesar entre la alegría y el dolor, a aquellos para quienes la eterna incertidumbre puede decirse que es como su natural elemento?


[...]


 De todos modos, nos encantó siempre hasta tal extremo el carácter de nuestros ribereños, que nunca hemos vivido en parte alguna más a gusto que entre ellos. Y es que hay mucho de candoroso, de ingenuo y de simpático en esas mismas creencias que confiesan con una sinceridad que hace sonreír; pues comoquiera que los tiempos que corren no son de fe, antes de grandes dudas, encántanos aun más el ver cómo hay todavía quien vive creyendo en lo imposible y esperando en la Providencia.

 Después de todo, la superstición no los hace menos cultos, sino más fervorosos, más místicos y poetas (pese a las corrientes de escepticismo que también hasta allí llegan), ya que hay en sus consejas mucho de temeroso y poco de sombrío, algo, en fin, como si una especie de nimbo rodease suavemente todas las imágenes con que su fantasía puebla el espacio.

 La reina de los cielos arroja al náufrago su invisible manto para que sobre él flote en las olas; el espíritu del muerto infante baja de lo alto para impedir, sosteniéndole con sus dedos de rosa por los cabellos, que aquel a quien debió el ser en la tierra deje desamparada a su madre querida y hermanos pequeñuelos.

 Algunas veces, el alma de la virgen a quien el pesar llevó al sepulcro hallándose ausente el infiel amante, causa de su mortal dolor, vuela al lado de la embarcación en donde aquel lucha con los elementos y le atrae hacia sí al fondo de las aguas haciéndole perecer; pero no para que baje al infierno a pagar su ingratitud y perjurio con eternos tormentos, sino a fin de que el ánima del que dejó de existir quede al pie de alguna roca combatida por las olas purgando su culpa, y pueda después ir, limpia de pecado, a morar junto a su amada, que torna al cielo a esperarle. Siempre un rayo de luz entre las tinieblas, siempre el perdón queriendo borrar la ofensa.

 La idea de que el padre, el hijo o el esposo pueden andar errantes y perdidos por inhospitalarias tierras o yermas soledades, contribuye, por otra parte, hasta tal punto a aumentar los compasivos instintos de aquellas gentes, que bien puede decirse llegan en esto a lo inverosímil e increíble. Lugares hay entre aquellos pueblecillos en donde se guardan creencias que no sabemos existan en ninguna otra parte, y que recuerdan la manera con que algunos pueblos primitivos llegaron a ejercer la hospitalidad, sin que acertemos a adivinar cómo, a través de los siglos, pudo conservarse entre nosotros este resto vivo de tan remotas costumbres.

 Entre algunas gentes tiénese allí por obra caritativa y meritoria el que, si algún marino que permaneció por largo tiempo sin tocar tierra, llega a desembarcar en un paraje donde toda mujer es honrada, la esposa, hija o hermano pertenecientes a la familia, en cuya casa el forastero haya de encontrar albergue, le permita por espacio de una noche ocupar un lugar en el mismo lecho. El marino puede alejarse después sin creerse en nada ligado a la que, cumpliendo a su manera un acto humanitario, se sacrificó hasta tal extremo por llevar a cabo los deberes de la hospitalidad.

 Tan extraña como a nosotros debe parecerles a nuestros lectores semejante costumbre, pero por esto mismo no hemos vacilado en darla a conocer, considerando que la buena intención que entraña, así ha de salvar en el concepto ajeno a los que llegan en su generosidad con el forastero a extremos tales como a nosotros el sentimiento que ha guiado nuestra pluma al escribir este artículo.



  1. Artículo publicado en dos entregas (lunes 28 de marzo y lunes 4 de abril de 1881) en la sección "Los Lunes de El Imparcial", del periódico diario de Madrid: El Imparcial.