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índole femenina, pero tampoco los de las escuelas de niñas adáptanse mejor. Y además, por el hecho de ser mixtas esas escuelas, ya ofrecen :muchas más ventajas prácticas que no pueden hallar fuera de allí ni la niña ni el niño. La chica que frecuenta las escuelas de chicos, pierde mucho de ese sen- timentalismo que podía resultarle nocivo en la vida, conven- ciéndos: ins==siblemente de que no existe ese joven ideal con que sueña su hermanita, educada en las escuelas femeninas. De otra parte, el muchacho obligado, a reconocer la mayor sensibilidad de su co:1pañera, empieza por reírse de ella, aca- bando por respetarla y exigir a los demás que la respeten, con lo que insensiblemente vase humanizando.

Además de esto, la intimidad que se' establece entre los bancos de la escuela, hace que niñas y niños se conozcan más a fondo, en otros aspectos que el del amor. Los estudios co- munes obligan a la mujer a habituarse al árido y viril len- guaje de la ciencia, que va diferenciándose más cada vez del normal, capacitándola para ser la compañera intelectual del hombre que el día de mañana elija.

Estos estudios tienen aún otra utilidad práctica nada des- preciable, pues pueden ofrecer a la mujer un medio de ganar- se la vida, induciéndola a seguir alguna carrera de su gusto: enseñanza, medicina, agricultura; y puede, además, realzar no poco su prestigio. Los hombres, que son tan lógicos en el ra- zonar, lo son poquísimos en la práctica, y no estiman lo que aman, lo que es para ellos cómodo y provechoso; ha- ciendo, en cambio, mucho aprecio de lo que les impo- ne sujeción, y a veces hasta de lo que detestan. (De aquí la

ran importancia de la etiqueta, que han concluído por adop-

tar todas las aristocracias, y que observa rigurosamente la Iglesia). Por lo que revisten mayor prestigio a los ojos de- aquéllos, esas mujeres papagayos que los miran desde lo al- to de sus eruditas citas, que no esas otras más modestas, a las que ellos miran desde lo alto de su útil ciencia, sin perca- tarse de los preciados servicios que cada día les prestan, con sus juiciosas observaciones, fruto del afecto.

Aparte de esto, si el estudio no aguza la inteligencia fe- menil. dilata, sin embargo, el campo de sus observaciones, permitiéndole sácar más provecho de la experiencia de la vi-