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Porto-Rican Folk-Lore.
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que la hirió una munición,
y como fué sin afición
hice el tiro y se me fue.

Yo muy confuso quedé
en ver la desgracia mía
que me sirvió de armonía
el ver la muerte a mis piés;
mi carabina cargué
por si hubiere gente alguna;
arrimado a una columna
seguido que me vió se fué;
tres veces se me escapó
menos un día de fortuna.

Cansado de caminar
por los desiertos y valles,
otras veces por las calles
y no la podía mirar;
no la podía encontrar
como te digo y no sé,
yo adelante caminé
como el que se está bañando;
ahí la fuí convocando
no se espantó, y la maté.

24.

El día del juicio final,
¡Jesús! ¡qué terrible día!
temblarán los santos todos
menos la Virgen María.

Se ha de formar una estrella
de muy grandes dimensiones,
se eclipsarán el sol y la luna,
caerán rayos y centellas;
se ha de ver temblar la tierra
mucho tiempo y sin parar;
allí debemos de estar,
y con rostro muy severo
bajará mi Dios del cielo
el día del juicio final.

Bajan los cuatro elementos
que tienen su libertad;
al mismo tiempo se verá
salir la mar de su centro
y ahora el Santo Sacramento
que es lo primero que había,
vuestra madre concebía
anegada en triste llanto,
baja el Espíritu Santo;
¡Jesús! ¡qué terrible día!

Este juicio ha de venir
por todo el género humano,
y también ha de venir
el Ante-Cristo a engañarnos;
deja los vicios mundanos
por aquel Dios que te adora;
las almas del purgatorio
te canten con alegría,
porque en este propio día
temblarán los santos todos.

Allí sabrás lo que has sido
en tus pensamientos leves,
allí pagarás lo que debes
las culpas que has cometido;
vivías muy engrandecido
contabas de que no había
un verdadero Mesías
que juzgará el pensamiento;
tiembla todo el firmamento
menos la Virgen María.

25.

Borinquen, nido de flores,
de ninfas e indianos nidos,
sobre tus mares dormidos
bello edén de mis amores.

Tú eres límpido destello
del sol que llena el espacio
inmenso y vivo topacio
de guirnalda, alcázar bello;
virgen que lleva en el cuello
sus diamantes brilladores,
los vívidos resplandores
que pueblan la inmensidad
encantan mi soledad
bello edén de mis amores.

El zéfiro, ese viajero
que pasa por tu jardín,
se entretiene en tu confín
jugueteando placentero;
un ruiseñor y un jilguero
en el naranjo florido
dan dulces halagos al oído,
y son tus hijos tan bellos
que tu corona son ellos,
de ninfas e indianas nido.

Mar afuera en lontananza
se divisa el marinero,
como brillante lucero