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Journal of American Folk-Lore.

pronto fué descubierto
por su querida mujer.
Su delito fué tan cruel
que lo trajeron amarrado;
con dos policías al lado
lo vinieron a sentenciar,
y ya se va a retirar,
adiós, parientes y hermanos.

109. Una mujer degollada.
Emilia Álvarez fué
la mujer que falleció
el veinticinco de octubre,
que Pascacio la mató.

Cuando en el suelo la vió
que ya la había degollado
al pueblo vino en seguida
y al cuartel se ha presentado,
y el teniente le ha preguntado:
— Hombre, ¿qué le pasa a usted?
— ¿Yo? que a una mujer maté,
porque cuenta no me daba,
y la que murió degollada
Emilia Álvarez fué.

En seguida fué la curia
a ver ese crimen fiero;
la echaron en una hamaca
para traerla al cementerio
y allí la autopsia le hicieron
y el niño se le sacó;
Iturino lo embalsamó
y dice todo el que ve
que esa criatura es
de la mujer que falleció.

Pepe quedó trastornado
cuando alcanzó a saber
que su adorada mujer
su amigo la había matado.
Pascacio está encarcelado
por causa de su ingratitud;
ya ha perdido la virtud
que tenía en su pueblo natal,
y no quiere recordar
el veinticinco de octubre.

Emilia, aquella mañana
de su casa ¡ay! salió,
y debajo de un mango
la muerte la llamaba;
ella iba con su hermana
pero su hermana huyó;
cuando en el suelo la vió
que la sangre derramaba
decía: — ¡Murió mi hermana!
que Pascacio la mato.

110.

Daba pena y compasión
cuando al cadalzo subió;
el verdugo lo abrazó
en tan triste situación.

Del pueblo él se despedía
diciendo: — Bendito Dios,
sin haber sido el autor
de aquella muerte de Franchi,
me van a quitar la vida.
¡Adiós mi patria querida,
hijos de mi corazón,
no lloréis mi situación!
Cuando estas palabras dijo,
daba pena y compasión.

— ¡Oh Divina Providencia!
ven dame resignación,
dame la fuerza y valor
para el cadalzo subir,
hasta cumplir mi sentencia.
Daba pena y compasión
cuando su celda se abrió;
el verdugo lo abrazó
diciendo a Almástica: — ¡Adiós!
cuando al cadalzo subió.

— Mis amigos me acusaron
sin yo haber sido el autor
de aquella muerte de Franchi;
cómplice en aquel crimen fuí
y a muerte me sentenciaron.
Juan Almástica subió
al verdugo perdonando;
se sienta casi llorando
en el cadalzo afrentoso;
el verdugo lo abrazo.

No pudo a su hija ver
por ser grande su sentencia;
para él no hubo clemencia
pues no pudo su abogado
esta causa defender.
— Hija de mi corazón,